Ya pasaba de los treinta
y el amor no le llegaba,
se sentía descontenta
de una vida tan calmada.
Quizás fue su gran belleza
que a los hombres asustaba
pues parecía una diosa
que a distancia contemplaban.
Así vio pasar los años
y casi desesperaba
no quería hacerse vieja
sin amar y ser amada.
Pero el destino es coqueto
y estaba predestinada,
llegó a sus manos un folleto
de un crucero se trataba.
Quería romper el silencio
vivir otras sensaciones,
de pronto el barco se mueve
respira con ilusiones.
Fue el segundo atardecer
notó que se detenían
salió de su camarote
y a la cubierta subía.
Lo vio, subía la escalera,
elegante, bien vestido,
pelo oscuro y tez morena,
treinta y mas habría cumplido.
Quiso leer el destino
solo fue una sensación
pero al pasar a su lado
su cara le traiciono.
No pasó inadvertido
aquel rostro tan jovial
ni la expresión de su cara
que se entendía sin hablar.
Se detuvo de repente
preocupando a sus criados
que le seguían fielmente
pronto estuvo rodeado.
Apartaos hombres de bien
que tal peligro no existe,
e inclinando la cabeza
dijo con naturaleza.
A sus pies bella princesa
su voz le sonó agradable
y aquí empezó su sorpresa
pues le pareció intachable.
Para no alargar la historia
era un príncipe heredero
que cansado del palacio
quiso hacer aquel crucero.
Se enamoró ciegamente
de aquella moza atractiva
que ya nunca estaría sola
y menos aun aburrida.
M. Beltrán.
miércoles, 27 de abril de 2011
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Por mucho que busques tu destino, él te encontrará.
ResponderEliminarUn abrazo primo.