Hoy hondando en mis recuerdos
de las noches de mi olvido,
senderos vienen a mi mente
de aromas de viña y olivos.
Me veo cada mañana,
con la bata como abrigo,
siempre bien abotonada,
de un blanco color armiño.
Bajaba por el sendero
serpenteando el camino,
el frío fresco de enero
era mi mejor amigo.
Me refrescaba la cara,
me susurraba al oído,
cuentos de brujas y hadas
me decían sus silbidos.
Y yo caminaba erguida
desafiando el camino,
cada día hacia la ermita
escuela, que nunca olvido.
Allí hice los deberes
de la vida que hoy yo vivo,
aprendí a tener valores
y aceptar mi destino.
Aprendí a escuchar la tierra,
a oír su leve quejido,
a oler su aroma de hierba,
a romero o a tomillo.
Cuando la mecía el aire,
cuando la bañaba el río,
cuando despertaba al alba
con las gotas del rocío.
Aprendí a amarla, a quererla,
a ver sus colores vivos,
el marrón de sus terrones
y el verde, color de olivo.
Y entre miles de colores,
una bata blanco armiño,
tras ella, miles de olores,
de una escuela, de unos niños...
Loli
jueves, 7 de octubre de 2010
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Recuerdos que no se olvidan,
ResponderEliminarrecuerdos de la niñez,
siempre se mantiene viva
la esperanza de volver.
Y vuelves en tus pensamientos,
dando vida a lo irreal,
hasta oyes aquel viento
que te hacia tambalear.
Hay, de aquel que no se acuerda
o que prefiere olvidar,
porque le marco su infancia
sin familia y sin hogar.
Recuerdos de frío invierno
ResponderEliminarvajando por la vereda,
recuedos de días risueños
jugando junto a la escuela.
Entre recuerdo y recuerdo
unas vidas que empesaban
toditas llenas de sueños.